El viernes pasado me lancé a Boom Stand Up Bar, ese lugar en Chapinero que ya se ganó fama de ser la catedral del stand up en Bogotá. Desde que entras, sabes a lo que vas: mesas pegadas, luces bajas y un escenario diminuto que, a pesar del tamaño, se siente gigante cuando alguien lo llena de risa.

La comediante de la noche era Virginia Lizcano, y verla en vivo fue toda una experiencia. Su estilo es una contradicción deliciosa: tiene una ternura casi infantil cuando sonríe o se sonroja frente al público, pero segundos después suelta una barbaridad sin anestesia, con la naturalidad de quien habla del clima. Esa dicotomía entre la cara dulce y las porquerías que lanza con precisión quirúrgica es lo que la hace hipnótica. Te ríes, pero también te sorprendes de que alguien tan “inocente” pueda ser tan filosa.

Lizcano juega con esa dualidad como parte de su arsenal. Mientras hace un chiste sobre su experiencia de vida o sobre la presión familiar de tener tatujes en cucuta, su voz suena ligera, casi tímida. Pero apenas ves que se sonroja y se tapa media cara con la mano, ya sabes que lo que viene no es apto para abuelitas. Y cuando suelta la línea, la sala entera explota en carcajadas porque nadie se lo esperaba de alguien que proyecta tanta dulzura.

Lo más disfrutable es cómo esa dualidad nunca se siente forzada: Virginia no está actuando un personaje, simplemente es ella, con todo y esa mezcla entre vulnerabilidad y descaro. Habla de ansiedad, terapia y salud mental con una ternura que conecta, y a los dos segundos te clava un chiste subido de tono que te hace escupir la cerveza. Esa montaña rusa emocional es la que hace que verla en vivo sea mucho mejor que en un clip de redes.

El público estaba entregado: parejas jóvenes, grupos de amigos, oficinistas que seguramente buscaban un respiro del caos bogotano. Todos terminamos atrapados en el vaivén entre la comediante que se sonroja como adolescente y la mujer que dice las verdades más grotescas con la cara más tierna del mundo.

Salí del show con la sensación de que Virginia Lizcano no solo tiene talento, sino una propuesta distinta: no se trata solo de contar chistes, sino de jugar con lo que proyecta y lo que dice, de romper las expectativas. Y Boom Stand Up Bar, con su ambiente íntimo, fue el lugar perfecto para que esa dicotomía se sintiera tan cercana y tan disfrutada.