Por: Ricardo Sarasty

Los buenos somos más es la frase de cajón que vuelve a escucharse siempre que ocurre un acto violento del cual los medios masivos de comunicación se encargan de darle la magnitud que les conviene a sus propietarios y allegados a esos medios, minimizando a unos o sobredimensionando a aquellos, que de ser reprochables tampoco ameritan que se busque eclipsar con ellos la realidad que no es necesariamente la replicada a través de los micrófonos, las cámaras y en las páginas de los periódicos, como bien se observa cuando se sale a la calle y se ve y se oye y se vive. Los buenos somos más y los malos poquitos, pero con una capacidad de hacer tanto daño que supuestamente a esa mayoría conformada por los buenos parece no haberle quedado otra alternativa que la de sorprenderse, enojarse y llorar ante los desastres causados por un, probablemente, puñado de malandros, ante lo cual vale siempre preguntar ¿dónde están y quienes son esos poquitos malos? A demás de interrogar para saber dónde está esa gran mayoría de buenos y si solo existen para ser afectados.

Lo primero que se debería proceder a realizar es una ubicación tanto geográfica como social del sitio y condición en la que se encuentran los llamados buenos y los señalados como malos. En un campo de batalla abierto quizá no existe mayor dificultad para hacerlo puesto que todos los que caen muertos o heridos de lado y lado de cada bando tienen a bien saberse buenos entre si y eso basta. No sucede lo mismo en una situación en la que se ha sembrado la zozobra y el miedo como obra única de un solo sector de la sociedad, ahí en donde anida el fanatismo y los encargados de impartir justicia bien pueden hacerlo sin sentirse obligados a tener que reconocer s equivocaciones, mientras el señalado como malo, con o sin formula de juicio, es condenado, sirviendo su virtud para limpiar las togas de los encargados de impartir justicia y la espada del que ha tenido que volarle la cabeza. En estas circunstancias cuando igual pecan quienes yerran en sus fallos como el que ejecuta la pena sin correr ningún peligro ante la posibilidad de ser llamados a responder por lo hecho: ¿Pueden llamarse buenos los que se encuentran de este lado y malos aquellos que no tienen otra opción que la de cargar con el cuerpo y la cabeza del sacrificado sin siquiera haber contado con la oportunidad de reclamar rectificación alguna ante el falso y fatal señalamiento de culpable?

En donde se ha matado física y (o) moralmente con respaldo de la ley como medio eficaz para el logro de la seguridad, no cabe duda de quienes son los malos, aquellos a los cuales nunca se les es reconocido ni siquiera el derecho a ser los dueños de sus vidas. Los mismos que sirvieron y sirven como pretexto para hacer aprobar leyes en cuyos propósitos si bien son nombrados nunca se han contemplado como favorecidos. Aquellos a quienes se alebresta cuando se requiere de una masa para reclamar venganza y se silencia con rigor si lo que piden sus gritos es identidad y no solo derechos sino leyes que les permitan realmente disfrutarlos. Claro que ellos son los malos y siempre van a ser tenidos como minorías, hasta se invisibilizan, por lo que no suman ni restan en ningún tipo de encuestas. Aunque si se requiere que se vean entonces se marcan en los registros de violencia como soporte de una campaña en pro de recuperar la seguridad. Serán un indicador alarmante por el que hay que volver a pedirle a los buenos que otra vez abusen de la justicia para reducirlos a sus justas proporciones. ricardosarasty32@hotmail.com