Por: Pablo Emilio Obando Acosta.
Señores vendedores ambulantes o informales de la ciudad de Pasto. Esta carta se escribe pensando en su propia dignidad y respeto. Nos duele verlos en medio de nuestras calles vendiendo frutas, hortalizas y alimentos perecederos.
Entendemos su intención de obtener de ello algunos recursos para llevar a su hogar y compartir con sus seres queridos las bendiciones de un pan, un vaso de leche o un bocado que mitigue el hambre. Eso lo entendemos y valoramos.
Lo que no comprendemos es esa terquedad para entender algo tan elemental de cómo su actitud afecta el bienestar y la tranquilidad de los ciudadanos de Pasto que diariamente nos encontramos con carretas, gritos, aglomeraciones y contaminación auditiva y visual. Nos roban espacio, seguridad, armonía y bienestar.
Salir a nuestro centro o las periferias ya es un tormento merced a su presencia descontrolada y abusiva. Se han tomado andenes, calles, paraderos, parques, zonas verdes y todo espacio pensado y diseñado para disfrutar y caminar.
Su trabajo se ha tornado en un factor de riesgo emocional y mental. Tanto grito, desmán y desorden alimenta ese desdén ciudadano que se desborda con esa invasión de espacios, que nos impide caminar, pensar o tan sólo disfrutar de la compañía de amigos y conocidos.
Nos parece inconcebible que ustedes no atiendan las respetuosas sugerencias y llamadas de nuestro alcalde cuando los invita a asumir su responsabilidad laboral mediante el ofrecimiento de zonas comerciales, contratación directa y posibilidades de estudio y formalizacion. Sus líderes los atan a unas condiciones deplorables de trabajo y explotación.
Es hora de que nos devuelvan la ciudad y sus calles, que nos permitan caminar tranquilamente, sin sus gritos, ocupaciones prohibidas y esa inseguridad que crece en medios de sus tomates, papayas y cebollas.
Respetamos su esfuerzo empresarial, pero también exigimos de ustedes decoro y respeto por nuestra condición ciudadana. Pasto fue una ciudad tranquila, agradable, bonita y respetuosa. Poco a poco nos fueron quitando nuestras calles y tranquilidad al extremo de hacer imposible el tan solo caminar, charlar o disfrutar de una agradable compañía.
La sensatez indica que se debe dialogar con las autoridades sin exigir tantas cosas imposibles como trabajo con sueldo millonario, motocarros, vivienda y toda una serie de exigencias que para un presupuesto como el nuestro lo hacen imposible.
Nos duele ver su lucha diaria en las calles, el enfrentarse con uñas y dientes a los funcionarios que en cumplimiento de su deber incautan sus carretas y sus productos. Sabemos su dolor, lo entendemos. Pero también nos duele ver nuestras calles invadidas y secuestradas por ustedes. Han perdido la vergüenza, quizá la conciencia mezquina de sus actos que atentan contra la ciudadanía, cansada y vencida ante sus agresiones psicológicas y mentales de su labor cotidiana que no respeta la paz y la sana convivencia.
La formalidad siempre será mejor, más segura y al servicio de la seguridad y la convivencia ciudadana. La capacitación que se les ofrece es la puerta de un nuevo destino personal y familiar, no condenen a sus hijos, nietos y demás familiares a un destino de dureza y fatigas emocionales en las calles. Por vez primera piensen que esa carreta es una condena generacional que impide el progreso y el desarrollo económico y emocional de sus seres queridos.
Por favor, devuelvannos la ciudad, permitannos disfrutar nuestras calles, dennos el regalo de nuestras aceras y andenes, que nos permitan caminar como algún día lo hicimos los pastusos.
Señores vendedores ambulantes, no pedimos nada imposible, únicamente que ustedes tengan compasión por nosotros y nos devuelvan esa ciudad que nos vio crecer y reír.
Si todos ponemos de nuestra parte, se podrá alcanzar esa paz que tanto anhelamos. De ustedes, de nosotros y de nuestros gobernantes depende hacer de nuestra ciudad ese remanso de paz que tanto anhelamos.
