Durante los últimos dos meses, la pesca en la costa del Caribe colombiano ha atravesado un período especialmente complejo, afectando de manera directa a cientos de familias que dependen de esta actividad como principal sustento. Aunque el sector pesquero nacional ha mostrado avances en términos de producción y tecnificación, la realidad en el litoral caribeño ha sido diferente: inseguridad, clima adverso y tensiones operativas han puesto en jaque el trabajo de los pescadores artesanales.
En diversas zonas costeras, especialmente en municipios del Golfo de Morrosquillo y áreas de Magdalena, muchos pescadores han decidido reducir o suspender sus salidas al mar. El motivo principal ha sido el temor a ser confundidos con embarcaciones ilegales durante operativos militares o acciones contra el narcotráfico. Este miedo ha generado un descenso significativo en la pesca artesanal, creando un clima de incertidumbre entre quienes históricamente han vivido del mar.
A estos factores se han sumado las condiciones naturales adversas. En semanas recientes, fuertes brisas, oleaje alto y cambios impredecibles en el clima han impedido a muchas embarcaciones operar de manera segura. Estas alteraciones han limitado las zonas de pesca, reducido las jornadas y disminuido considerablemente las capturas, afectando tanto la economía local como la oferta de productos marinos en mercados regionales.
El impacto social ha sido profundo. Familias completas han visto reducidos sus ingresos a niveles preocupantes, y la escasez de pescado en algunos puntos de la costa ha generado aumentos de precios y dificultades para comerciantes, mayoristas y pequeños negocios. En varias comunidades se teme que, de continuar esta situación, la pesca deje de ser una actividad sostenible, poniendo en riesgo una tradición que ha moldeado la identidad cultural del Caribe colombiano durante generaciones.
A pesar de los esfuerzos institucionales para fortalecer el sector, las dificultades vividas en estos dos meses han dejado claro que las políticas no siempre alcanzan a quienes más las necesitan. La pesca artesanal sigue siendo vulnerable frente a factores externos que amenazan su continuidad. Por ello, los pescadores insisten en la necesidad de mayores garantías de seguridad, acompañamiento estatal y medidas que mitiguen las afectaciones climáticas y operativas.
La crisis reciente evidencia que proteger a los pescadores del Caribe no es solo una cuestión económica, sino también social y cultural. Su permanencia en el mar depende de acciones urgentes que les permitan volver a faenar sin miedo y mantener viva una actividad esencial para la región.
