Por: Jhorman Montezuma

Cada año, San Juan de Pasto viste sus calles de fiesta con motivo de su Onomástico, una conmemoración que va más allá de una fecha en el calendario. Se trata de una celebración que combina tradición, historia y sentido de pertenencia, pero que también abre el espacio para reflexionar sobre lo que somos como ciudad y hacia dónde queremos avanzar.

La fiesta en honor a la fundación de Pasto reúne expresiones culturales, artísticas y religiosas que dan cuenta de la riqueza de nuestro territorio. Música, desfiles, danzas y encuentros comunitarios hacen que la ciudad se sienta viva, orgullosa de sus raíces y de su diversidad. Sin embargo, detrás de la algarabía también aparecen preguntas necesarias: ¿celebramos realmente lo que significa ser pastusos o nos dejamos llevar por el espectáculo superficial?

El Onomástico debería ser la oportunidad para reconocer a quienes construyen la ciudad día a día: nuestros campesinos, comerciantes, emprendedores, artistas y jóvenes que con su talento mantienen encendida la llama de la identidad. Lamentablemente, en algunos momentos se percibe que estas festividades terminan más centradas en conciertos masivos y gastos desmedidos, que en el verdadero sentido histórico y cultural que representan.

Otro punto para el debate es la seguridad y el orden durante las celebraciones. No se puede negar que, en medio de la fiesta, también se han presentado excesos en el consumo de alcohol, riñas y problemas de movilidad que empañan el verdadero espíritu de la conmemoración. ¿No sería este un momento perfecto para demostrar que Pasto puede celebrar con responsabilidad y convivencia?

Además, el Onomástico abre el escenario para preguntarnos sobre el papel de la administración municipal y la inversión pública en la cultura. Se requiere un mayor compromiso con los procesos artísticos de base, con los grupos que durante todo el año trabajan sin reflectores y que solo aparecen en el radar institucional cuando llega la fiesta. Una ciudad con tanta tradición merece que su cultura no sea vista como gasto, sino como inversión estratégica.

La celebración del Onomástico no puede quedarse en el recuerdo de un día. Tiene que ser el motor que impulse a la ciudadanía a valorar su historia, a fortalecer sus lazos comunitarios y a proyectarse hacia el futuro con orgullo y dignidad. Pasto no solo celebra un aniversario más: celebra la resistencia de un pueblo que ha sabido sobreponerse a las dificultades, que ha defendido su identidad y que hoy exige oportunidades de desarrollo real.

En conclusión, el Onomástico de Pasto es una fecha que nos invita a la alegría, pero también a la reflexión. Es tiempo de preguntarnos qué ciudad queremos seguir construyendo y si las celebraciones que hacemos están verdaderamente conectadas con nuestras raíces. Porque más allá de la música, la pólvora y la fiesta, lo que está en juego es la manera como nos reconocemos y proyectamos como pastusos.