Por Alina Constanza Silva R.

En Colombia ya no sorprende que cada elección traiga consigo una avalancha de candidaturas. Pero lo de este año supera cualquier imaginación: 91 grupos significativos de ciudadanos inscritos a la Presidencia, muchos con nombres que parecen salidos de una sátira política antes que de un sistema electoral serio. Ahí están, convivientes en la misma lista: “Seres de Luz”, “Cierre del Congreso + Renovación Popular Absoluta”, “Romper el Sistema”, “Génesis”, “Ciudadanía Viva”, “Unánimes Todos por un Solo Sentir Mi País Es Tu País”, Sondra Macollins, La Abogada de Hierro”, Rosas Unidas, Al borde del abismo. Parecen títulos de novelas, no plataformas presidenciales.

Detrás de estos nombres no hay partidos consolidados, sino ciudadanos con liderazgo local, algunos respetables, otros completamente desconocidos, todos convencidos de que su nombre puede estar en el tarjetón presidencial. Y quizá eso no sería un problema si no fuera por lo que revela: una crisis profunda de liderazgo, de representación política y de diseño institucional.

La figura del grupo significativo de ciudadanos, creada para permitir que fuerzas independientes compitieran en igualdad de condiciones, terminó convertida en un túnel ancho por donde cabe absolutamente todo. Y cuando todo cabe, nada pesa. La Registraduría ,que deberá revisar más de 59 millones de firmas, casi tantas como habitantes tiene el país, quedó atrapada en su propio laberinto normativo, obligada a auditar cajas y cajas de apoyos que llegan como quien entrega paquetes a un mensajero: unos reales, otros dudosos, muchos simplemente inviables.

La recolección de firmas se disparó un 75 %, pero no porque el país esté viviendo un despertar democrático, sino porque el mecanismo funciona como una moneda simbólica: visibilidad para unos, presión dentro de partidos tradicionales para otros, o simplemente un intento de figurar en la conversación pública. Mientras tanto, el ciudadano común observa cómo los requisitos para aspirar al cargo más importante de la Nación son más laxos que los de conseguir un préstamo pequeño en un banco.

Sí, cualquiera puede aspirar a la Presidencia. Pero “cualquiera” no significa “todo vale”. Cuando el sistema permite que el perro y el gato se inscriban, no estamos ampliando la democracia: la estamos trivializando. Lo que hoy vemos no es pluralismo; es un síntoma inequívoco de que algo está fallando en el corazón del sistema político colombiano.