Durante años se pensó que los libros digitales se desplazarían por completo al papel. Sin embargo, ocurrió algo más interesante: ambos formatos conviven y se potencian. La lectura digital se ha convertido en un punto de entrada para nuevos lectores, mientras que el libro físico mantiene su arraigo emocional y cultural.
La lectura en dispositivos ofrece una portabilidad sin precedentes. Cientos de títulos pueden viajar en un solo aparato, lo que facilita acceder a obras que antes requerían bibliotecas enteras. Las herramientas de resaltado, diccionarios integrados y opciones de personalización permiten adaptarse a distintos estilos de aprendizaje. Muchas personas que antes no podían leer cómodamente por falta de luz o por tamaños de letra reducidos se encuentran en el formato digital una solución accesible.
Por otro lado, el papel conserva un encanto difícil de reemplazar. La textura, el olor y la relación táctil generan un vínculo afectivo. Además, el objeto físico funciona como un recordatorio de lo leído, algo que la nube, por su naturaleza intangible, no logra con la misma fuerza. Las librerías, por su parte, se han transformado en espacios culturales que combinan venta, eventos y comunidad.
Lo curioso es que el auge digital no disminuyó el amor por el libro físico; lo reconfiguraba. Muchas personas alternan entre un formato y otro dependiendo del contexto: usan el digital para desplazamientos y el físico para lecturas pausadas. Esta dualidad demuestra que la lectura no es frágil ante la tecnología, sino adaptable.
Ambos mundos seguirán coexistiendo, cada uno aportando ventajas únicas. La lectura no muere: cambia de cuerpo y se expande.
