Dicen que el tiempo es relativo, pero a estas alturas del año pareciera que se escurre entre los dedos. Algunos lo sienten correr a una velocidad que no permite detenerse; otros, atrapados en este mundo mediático y saturado de pantallas, apenas logran registrar que ya estamos a las puertas de diciembre. La vida, acelerada y ruidosa, nos ha robado la pausa.
Por eso, este cierre de noviembre nos invita quizá nos suplica a recuperar lo esencial: el tiempo con quienes amamos.
Se acercan los días en que cada municipio de nuestro departamento se viste de luces, novenas, melodías tradicionales y esa magia que solo la Navidad puede encender. Y detrás, casi en paralelo, se preparan los Carnavales que hacen latir la identidad del sur: el Carnaval de Negros y Blancos en Pasto, el Carnaval del Fuego en Tumaco, las fiestas indígenas, campesinas y urbanas que recuerdan que la alegría también es un acto de resistencia.
Este es un momento para reencontrarnos, para volver a caminar nuestras calles, para sentirnos parte de algo más grande que la rutina.
Pero, sobre todo, es el instante perfecto para mirar alrededor y preguntarnos: ¿con quién es quiero vivir de verdad estas fechas?
Porque no todas las cosas valiosas son costosas, ni todo lo caro tiene verdadero valor. En tiempos donde lo material se enmascara como éxito y lo inmediato pretende reemplazar el afecto, vale la pena hacer una pausa profunda: el mayor regalo que podemos dar es nuestra presencia.
Quienes aún tienen la fortuna de compartir con sus padres, sus abuelos, sus hijos pequeños, saben o deberían saber que esos espacios no se recuperan. Que la mesa de diciembre es distinta cada año, que algunas sillas se vacían y que otras se llenan con nuevas vidas. Por eso insistimos: abrace, acompañe, escuche, ría, comparta. La memoria emocional que construimos en estas semanas es la que sostiene el ánimo cuando la vida vuelve a correr al ritmo frenético de enero.
Disfrutemos nuestras tradiciones, celebremos en cada vereda, barrio y corregimiento, vivamos los Carnavales como una herencia cultural que merece respeto y alegría. Pero hagámoslo con coherencia: con consumo responsable de licor, con decisiones que no pongan en riesgo a quienes amamos ni a quienes comparten el espacio público con nosotros. La verdadera fiesta es aquella que todos pueden recordar sin miedo y sin dolor.
La Navidad y los Carnavales son, al fin y al cabo, un recordatorio simbólico de algo esencial: la vida tiene sentido cuando se comparte. Cuando recuperamos la unidad familiar, cuando elegimos la compañía antes que el afán, cuando entendemos que el tiempo es un regalo, no un recurso infinito.
En este cierre de noviembre, desde Revista Impulso, los invitamos a celebrar, a viajar por nuestros municipios, a vivir el encanto de nuestras tradiciones, pero, sobre todo, a valorar lo que importa.
Porque el tiempo pasa rápido, sí. Pero también nos ofrece, cada año, la oportunidad de detenernos en lo verdaderamente valioso: los afectos, la memoria y la vida en comunidad.
Que sea esta una época de abrazos sinceros, de encuentros necesarios y de celebraciones con sentido.
Que sea, en resumen, la oportunidad de volver a casa.
