Lo que parecía una subasta común en las afueras de Auckland, Nueva Zelanda, terminó destapando uno de los crímenes más estremecedores de los últimos años. Una familia que adquirió una bodega abandonada jamás imaginó que, al abrir las maletas que estaban en su interior, encontraría los restos de dos niños que habían permanecido ocultos durante cuatro años.
Las maletas contenían los cuerpos de Minu Jo y Yuna Jo, de seis y ocho años, cuyos nombres habían desaparecido de registros oficiales desde 2018. El hallazgo activó una investigación internacional que condujo a las autoridades hasta Corea del Sur, donde se ocultaba la principal sospechosa: la madre de los menores.
Condenada a cadena perpetua
Hakyung Lee, ciudadana neozelandesa de origen surcoreano, fue sentenciada este miércoles a cadena perpetua por el asesinato de sus hijos. De acuerdo con la Fiscalía, en 2018 les administró una sobredosis de medicamentos recetados y posteriormente guardó sus cuerpos en maletas que dejó en un depósito de almacenamiento.
El juez del Tribunal Superior, Geoffrey Venning, fijó un mínimo de 17 años de prisión sin posibilidad de libertad condicional, al considerar que los menores eran “especialmente vulnerables”. Durante la audiencia, Lee, de 45 años, escuchó el veredicto sin mostrar mayor emoción.
Así se descubrió el crimen
La bodega donde estaban las maletas permaneció cerrada y sin ser reclamada durante cuatro años, hasta que fue subastada como parte del proceso habitual con espacios abandonados. La familia que la compró abrió el contenido sin sospechar lo que había dentro.
El hallazgo llevó a las autoridades a reconstruir el rastro de Lee, quien había huido a Corea del Sur tras cambiar de nombre. La colaboración entre ambos países permitió su arresto y posterior extradición a Nueva Zelanda.
Las versiones de la madre
Durante el juicio, Lee afirmó que, tras la muerte de su esposo por cáncer, su intención era quitarse la vida junto a sus hijos, pero que se equivocó con la dosis administrada. Su defensa solicitó que fuera declarada inocente por demencia, apoyándose en el testimonio de un psiquiatra forense.
Sin embargo, la Fiscalía sostuvo que las acciones posteriores al crimen —ocultar los cuerpos, abandonar el país y cambiar de identidad— demostraban planificación y conciencia de sus actos.
Un caso que estremeció a Nueva Zelanda
Aunque la sentencia cierra el capítulo judicial, las autoridades reconocen que aún quedan preguntas sobre cómo los menores pudieron permanecer desaparecidos de los registros oficiales por tanto tiempo sin que se activaran alertas.
El caso ha generado debate sobre los sistemas de seguimiento a familias en riesgo y la necesidad de fortalecer los controles en bodegas abandonadas.
