Diciembre llega con ese aroma particular a definiciones, a conversaciones en voz baja, a balances y a futuros posibles. En esta recta final hacia los procesos electorales que se avecinan, Pasto vuelve a mirarse al espejo de su historia: una ciudad que ha resistido, que ha cuidado su identidad, pero que también reclama con firmeza el derecho a un desarrollo justo, sostenible y digno.

El debate ya no puede ser el mismo de siempre. No se trata de elegir rostros conocidos o repetir recetas agotadas. Se trata de saber decidir. Decidir con criterio, con memoria, con propósito. Pasto continúa siendo una ciudad pujante, creativa, capaz de reinventarse en medio de la adversidad. Sin embargo, esa energía requiere líderes que estén a la altura del momento histórico: hombres y mujeres capaces de gestionar, de negociar, de abrir puertas y de defender con fuerza las necesidades del territorio.

Porque Pasto no puede seguir siendo “la cenicienta” del país. No podemos resignarnos a depender de una sola vía que nos conecta con el centro, ni aceptar que nuestros tiquetes aéreos cuesten lo impensable, castigando a familias, estudiantes, pacientes y empresarios. La doble calzada Pasto Popayán no es un lujo; es una exigencia de competitividad y dignidad. Lo mismo la vía San Francisco Mocoa, una deuda histórica con el sur del país que no puede esperar más. Los sobrecostos en transporte, los pedidos que llegan tarde, las oportunidades que se pierden antes de nacer… todo ello no es casual: es el resultado de decisiones que se posponen, se dilatan y se olvidan.

Y si algo ha enseñado esta región es que cuando se cierran caminos, la gente inventa otros. Pasto tiene la capacidad de reconfigurarse, de proteger su economía y su cultura, de sostener la vida comunitaria. Pero esa no puede ser una tarea eterna, sostenida solo por el esfuerzo ciudadano. Se necesita un compromiso nacional que deje de mirar al sur como periferia y lo reconozca como motor estratégico para la frontera, el comercio, el turismo y la identidad cultural del país.

La seguridad de la vida y no solo la seguridad pública es hoy el eje central de todas las discusiones. Empresas que luchan por mantenerse, familias que quieren vivir sin miedo, jóvenes que piden oportunidades reales. Ese es el clamor que debe guiar las decisiones políticas en esta recta final.

Y aunque parezca contradictorio, es precisamente en momentos complejos cuando brotan los liderazgos auténticos. Hoy, ya empiezan a aparecer voces en el escenario nacional y regional que se duelen de su gente, que entienden las urgencias y las posibilidades de Pasto y Nariño. Voces que saben que no basta con prometer: hay que gestionar, insistir y hacer cumplir.

Noviembre no es solo el cierre de un año. Es la puerta hacia lo que Pasto está dispuesto a ser. Apostarle a nuestra propia grandeza no es un acto de vanidad; es un acto de justicia territorial.

Porque esta región no pide privilegios. Pide equilibrio. Pide vías que conecten, tiquetes que no expulsen, un cupo de gasolina que no ahogue, políticas que dignifiquen, seguridad que proteja la vida, y líderes que sueñen en grande… pero que gestionen aún más grande.

El futuro se vota, sí. Pero, sobre todo, el futuro se construye. Y Pasto ya empezó a hacerlo.