Nariño, ubicado en el extremo suroccidental de Colombia y con una conexión directa con el sur del continente, debería ser una potencia comercial y empresarial. Sin embargo, la realidad es otra: la inversión pública y privada en nuestro departamento es escasa, desordenada y en muchos casos inexistente.
Uno de los principales problemas que desalienta la inversión es el estado de las vías. Las malas condiciones de la infraestructura vial aumentan los costos logísticos, encarecen los insumos y dificultan el transporte de productos. Esto ha generado que muchos empresarios prefieran invertir en otras regiones donde las condiciones de competitividad son más favorables.
A esto se suma la inseguridad, la falta de garantías para emprendedores, la informalidad y la débil institucionalidad. Aunque Nariño posee una ubicación estratégica y un recurso humano valioso, las condiciones no están dadas para que se desarrollen empresas sostenibles ni se genere empleo de calidad.
Paradójicamente, en Nariño el principal empleador no es el sector productivo, sino las administraciones públicas. La mayoría de los profesionales se ven obligados a depender de contratos por prestación de servicios con entidades estatales, contratos inestables que no generan garantías ni crecimiento profesional. Esto crea una economía frágil y una sociedad dependiente del político de turno.
El campo, que alguna vez fue una esperanza de desarrollo, también está abandonado. Sin asistencia técnica, sin acceso a créditos reales, sin infraestructura para comercializar, nuestros campesinos luchan solos contra la adversidad. Y mientras tanto, quienes prometieron transformar el agro solo han repartido discursos.
Nariño necesita algo más que visitas presidenciales o anuncios en época electoral. Se requiere una inversión real, estructural, de largo plazo. Necesitamos planes de desarrollo que reconozcan las particularidades de la región fronteriza, incentivos fiscales, impulso a la industria y un verdadero plan de infraestructura que conecte a Nariño con el resto del país.
También es urgente invertir en el talento humano. Formar y retener a los jóvenes, apoyar el emprendimiento, y descentralizar las oportunidades para que no todo dependa de un cargo público.
El llamado es claro: a los precandidatos, a los futuros gobernantes y al Gobierno Nacional. No lleguen con discursos reciclados ni con promesas vacías. Nariño merece respeto, y eso empieza con inversión seria y comprometida. No más pañitos de agua tibia. Es hora de tomar decisiones que permitan que el sur también exista en el desarrollo del país.
