Por: Juan Manuel Ballesteros
Los ataques del presidente de turno a la libertad de prensa no pueden pasarse por alto y deben obligar a que el periodismo (el de verdad) cierre filas. El pasado jueves, en un trino tan largo como repleto de mentiras y sofismas, Petro quiso intimidar a los medios que sacan a la luz los escándalos, carencias e incoherencias de su (des)gobierno con la amenaza de liquidar las concesiones del uso del espectro electromagnético, lo que en la práctica se traduciría en cerrar medios de comunicación.
En su desquicio, el inquilino de la Casa de Nariño (hasta dentro de 12 meses y 10 días), se atrevió a citar al filósofo alemán Jürgen Habermas, desnudando lo que el país informado ya sabe: el autoproclamado primer influencer de la nación solo es un lector de solapas y reseñas, no ha leído siquiera a García Márquez y todo en él son lugares comunes, frases de cajón y tergiversaciones malintencionadas.
Habermas es, sin la menor duda, el más grande pensador actual y tenemos la fortuna de que a sus 96 años esté vivo y no revolcándose en una tumba por culpa de la soberbia ignorante del politiquero que nos ocupa, capaz hasta de usar el buen nombre y reputación del padre de la Acción Comunicativa para justificar la censura.
A lo largo de la historia, la que obviamente no conoce nuestro influencer de marras, que no sabe ni dónde está parado (cree gobernar desde Miraflores), han pululado sátrapas que presionaron y cerraron medios de comunicación. Stalin, Hitler, Franco, Pinochet, Castro, Mugabe, Maduro y Ortega, entre otros, se cuentan en la lista de tiranos. Ahora, con solo manifestar su intención de silenciar periodistas, el apellido Petro se suma a ella.
Si Petro hubiese leído alguna vez a Habermas sabría que la sola insinuación de silenciar a quien disiente es todo lo contrario a la democracia deliberativa; comprendería que sus actos de habla no cumplen las más mínimas pretensiones de validez y que, por más que se esfuerce, nunca alcanzará una ética discursiva, pues carece por entero de verdad, veracidad y justicia.
El presidente no conoce la Acción Comunicativa, sus actos solo se orientan, perversamente, a ser instrumentales o estratégicos. Su descaro y temeridad harían sonrojar al mismo Maquiavelo. Es incapaz de entender que los consensos solo pueden florecer en el intercambio racional de ideas, sin coacciones.
No, Petro no ha leído a Habermas (ni a Hegel ni a Gabo) y la prueba reina está a la vista de todos: ni siquiera es capaz de leerse a él mismo y esa es la razón por las que sus publicaciones en Twitter están plagadas de errores ortográficos y fallas gramaticales que no comete ni un niño de primaria. Su falta de higiene discursivo e impotencia argumentativa son deplorables, tanto que él mismo siente honda vergüenza; así lo refleja su lenguaje no verbal, por eso siempre luce abrumado.
Presidente, en eso no está solo, el país también siente vergüenza de usted.
