En la vereda El Rosal, en Guaitarilla, el eco de un suceso estremeció la tranquilidad de los habitantes: Luis Benavides, un trabajador de 42 años, murió sepultado cuando una chamba inestable colapsó sobre él en plena faena. Su cuerpo quedó atrapado bajo toneladas de tierra, mientras sus compañeros, desesperados, intentaban sacarlo con palas y manos, sin éxito alguno.

Lo que parecía un accidente fortuito pronto se convirtió en una historia de intriga. Detrás de la muerte de Luis se esconden serias denuncias sobre condiciones laborales precarias. Los obreros de la obra afirman que desde hace meses venían alertando sobre la falta de un ingeniero de Seguridad y Salud en el Trabajo, la ausencia de elementos de protección personal y, lo más grave, la inexistente afiliación a una ARL que garantizara cobertura en caso de emergencias.

“El contratista nos dejó a la deriva. No había protocolos, no había nadie que nos cuidara. Luis lo decía: ‘algún día la tierra nos va a tragar’. Y ese día llegó”, relató entre lágrimas uno de los trabajadores, quien pidió reserva de su nombre por temor a represalias.

Las miradas ahora apuntan hacia la Secretaría de Planeación municipal, señalada por no ejercer la vigilancia y el control que la ley exige. Para los habitantes de Guaitarilla, el silencio institucional es casi tan pesado como la tierra que cubrió a Luis. “Aquí nadie responde, todos se echan la culpa, pero la vida de un hombre quedó en el camino”, expresó un líder comunitario.

La tragedia ha despertado un debate más profundo: ¿qué tan seguras son realmente las obras públicas que se ejecutan en el departamento? ¿Cuántos trabajadores más laboran a diario en medio de irregularidades que solo salen a la luz cuando ocurre lo peor?

Los vecinos del Rosal ahora cuentan la historia de Luis como si fuera un relato de misterio. Se refieren a él como un hombre premonitorio, alguien que intuía que la obra se convertiría en una trampa mortal. Su viuda, desconsolada, insiste en que no fue un accidente, sino una consecuencia directa de la negligencia y la indiferencia. “Mi esposo no murió por mala suerte. Murió porque alguien no hizo su trabajo”, repite con firmeza.

Mientras la comunidad exige respuestas y una investigación seria, el caso de Luis Benavides se convierte en un símbolo del abandono y la fragilidad de la vida obrera en las regiones olvidadas. En Guaitarilla, la tierra volvió a tragarse un secreto, pero esta vez, el silencio parece imposible de enterrar.