Nariño, como muchas otras regiones del país, enfrenta una de las temporadas más intensas de lluvias en su historia reciente. La alerta emitida por el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM) ha encendido las alarmas, extendiendo la temporada de lluvias hasta marzo de 2026.
Esta prolongada crisis climática ya ha dejado huellas imborrables en nuestras comunidades, con tragedias que han cobrado la vida de cuatro personas, como el caso reciente de Irma Alvear y José Anamá, cuya historia conmovió al municipio de Los Andes Sotomayor y a toda la región.
La madrugada del deslizamiento en la vereda El Huilque, en la que se cobró la vida de esta querida pareja, es un recordatorio de lo vulnerable que somos ante los caprichos de la naturaleza. En cuestión de segundos, la montaña cedió bajo la presión de la lluvia y la tierra se tragó vidas, sueños y esperanzas.
La tragedia, que ha golpeado al corazón de la comunidad, nos deja una lección amarga sobre la importancia de la prevención y la necesidad urgente de medidas que minimicen el riesgo de eventos de esta magnitud.
El dolor de la pérdida es indescriptible. Irma y José, quienes vivieron más de 30 años juntos, representaban la sencillez, el amor y el esfuerzo constante por mejorar su vida en la ruralidad de Nariño. Su muerte, junto con la tragedia de otros casos similares, nos obliga a reflexionar sobre las zonas de alto riesgo en el departamento y sobre la urgencia de adoptar estrategias eficaces que protejan a nuestras comunidades.
En este sentido, la labor de las autoridades debe ser crucial. Aunque el IDEAM ha emitido alertas, las medidas de prevención y mitigación parecen no haber sido suficientes para evitar pérdidas de vidas humanas.
Es cierto que las lluvias son fenómenos naturales difíciles de controlar, pero es fundamental que el Estado y las autoridades locales redoblen esfuerzos para implementar sistemas de monitoreo más efectivos, planes de evacuación rápidos y campañas de sensibilización comunitaria que instruyan a la población sobre los riesgos y las acciones a seguir en situaciones de emergencia.
La respuesta de los organismos de socorro y la voluntad de los ciudadanos para ayudar, como lo vimos en la reacción inmediata de los vecinos de Los Andes Sotomayor, son dignas de admiración. Sin embargo, la solidaridad no basta si no se cuenta con infraestructura adecuada, sistemas de alerta temprana y un fortalecimiento de las capacidades locales para enfrentar desastres.
El reciente evento de deslizamiento muestra que las zonas rurales del departamento están particularmente desprotegidas, donde la geografía y la falta de recursos hacen que los desastres naturales golpeen con mayor fuerza.
El Gobierno de Nariño, la Alcaldía de Los Andes Sotomayor y las demás autoridades competentes deben tomar cartas en el asunto. Esto no es solo un llamado a la acción, sino también a la reflexión sobre el futuro. Los recursos naturales deben ser manejados con responsabilidad, las áreas vulnerables deben ser delimitadas y, sobre todo, las políticas públicas deben contemplar la prevención como una prioridad y no como una reacción a posteriori.
En un mundo cada vez más afectado por el cambio climático, las inversiones en infraestructura y en el fortalecimiento de la capacidad de respuesta ante emergencias son necesarias para proteger a nuestra población.
Es imperativo que, como sociedad, nos unamos en un esfuerzo conjunto. Las tragedias que hoy nos enlutan en Nariño son la consecuencia de años de desatención, pero aún estamos a tiempo de revertir esta realidad.
La protección de nuestros ciudadanos, especialmente aquellos que habitan en zonas de alto riesgo, debe ser una prioridad. El dolor de Los Andes Sotomayor es el dolor de todo Nariño, y con medidas preventivas, podemos evitar que más vidas se pierdan por la furia de las lluvias.
