El barrio Centenario vivió otro episodio de violencia que refleja el deterioro de la seguridad en las calles de Pitalito. En inmediaciones del club deportivo del sector, un enfrentamiento entre dos ciudadanos terminó con disparos, sangre en el pavimento y una comunidad alarmada por la constante presencia de hechos delictivos.
La noche del sábado, la tranquilidad del vecindario se vio interrumpida por gritos y detonaciones. Vecinos angustiados alertaron a las autoridades sobre una riña que, en cuestión de segundos, escaló a un atentado. Gracias a la rápida reacción de las patrullas de la Policía Nacional, y con el apoyo de residentes que guiaron a los uniformados, fue posible la captura del presunto responsable.
Porte de arma
El sujeto fue interceptado con un arma de fuego tipo revólver en su poder. El tambor del arma no dejaba lugar a dudas: seis cartuchos, tres de ellos percutidos. Las versiones de los testigos no tardaron en llegar: entre gritos y golpes, el hoy capturado habría desenfundado el arma y disparado en tres ocasiones contra su contrincante.
La víctima fue trasladada de inmediato a un centro asistencial, donde permanece bajo atención médica. Hasta el momento se desconoce la gravedad de sus heridas, pero el impacto emocional que dejó la escena sigue latente entre los habitantes.
Imputación
El capitán Jhon Hernández, comandante de la Estación de Policía Pitalito, confirmó que el capturado fue puesto a disposición de la Fiscalía 51 URI de turno. Se le imputan los delitos de lesiones personales y fabricación, tráfico y porte ilegal de armas de fuego y municiones.
Pero más allá del procedimiento judicial, queda al descubierto una verdad dolorosa: Pitalito se está acostumbrando a vivir con miedo. Balaceras, atracos, riñas con machete o pistola, robos a plena luz del día… la violencia ya no es noticia por su sorpresa, sino por su frecuencia.
Punto crítico
El barrio Centenario es solo uno de los tantos puntos críticos del municipio, donde la delincuencia gana terreno mientras las respuestas estructurales parecen no llegar. La ciudadanía, cada vez más expuesta, se siente sola. Las cámaras de seguridad son escasas, los patrullajes insuficientes, y las promesas de seguridad parecen no trascender los comunicados oficiales.
Mientras tanto, las familias viven entre rejas y sobresaltos, con el temor de que cualquier ruido pueda ser el inicio de una tragedia más. La pregunta sigue en el aire: ¿cuántos hechos como este se necesitan para que la seguridad deje de ser una promesa y se convierta en una realidad?

