El consumo de proteínas se ha vuelto una tendencia global, con productos como batidos, barritas, polvos, cafés y hasta alimentos tradicionales reformulados en versiones “altas en proteínas”. Este macronutriente cumple funciones vitales: formar y reparar músculos, producir enzimas, hemoglobina y queratina, y sostener múltiples procesos en el organismo. La recomendación general es de 0,75 g de proteína por kilo de peso corporal al día (aprox. 45 g en mujeres y 55 g en hombres). Si bien la proteína es esencial, un consumo excesivo no aporta beneficios adicionales significativos y puede generar efectos negativos como presión sobre los riñones, cálculos renales, pérdida de salud ósea, náuseas y otros malestares.
Por otro lado, la fibra, un nutriente muchas veces olvidado, es fundamental para la salud intestinal: favorece la digestión, previene el estreñimiento, regula el tránsito intestinal y contribuye a la producción de compuestos antiinflamatorios gracias a la acción de la microbiota. Además, se asocia a un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y accidentes cerebrovasculares. Sin embargo, la mayoría de las personas no alcanza la ingesta diaria recomendada de 30 g de fibra.
El auge de las proteínas responde a factores estéticos, sociales y comerciales. Para muchos hombres, representa una manera visible de aumentar la masa muscular, mientras que en mujeres está vinculada a la prevención de sarcopenia y osteoporosis, especialmente en la menopausia. El marketing y las redes sociales —con tendencias como la “maximización de proteínas”— refuerzan esta obsesión. El mercado de proteínas en polvo y productos fortificados mueve miles de millones de dólares a nivel mundial, y muchas veces convierte alimentos procesados en supuestamente “saludables” solo por añadirles proteína.
Los expertos advierten que centrarse demasiado en la proteína puede desplazar la atención de otros nutrientes igualmente esenciales, como la fibra, y desequilibrar la dieta. Además, no todos los alimentos “ricos en proteína” son saludables, especialmente los ultraprocesados. La clave está en mantener un equilibrio nutricional, priorizando alimentos naturales como carnes magras, huevos, legumbres, frutos secos, lácteos, frutas, verduras y cereales integrales, en lugar de depender de suplementos o productos industrializados.
👉 En conclusión, la proteína es necesaria y beneficiosa, pero no debe convertirse en una obsesión. Una dieta variada, equilibrada y rica también en fibra es la mejor garantía para la salud y el bienestar a largo plazo.
