Este 30 de octubre, en el marco de las celebraciones del Día de Muertos, se recuerda a las almas olvidadas, aquellas que murieron en soledad, sin familia que les rinda homenaje ni ofrendas que les esperen. Aunque no es una fecha oficial en todos los calendarios, su carga simbólica y emocional la convierte en una de las más conmovedoras dentro de las tradiciones mexicanas.

¿Quiénes son las almas olvidadas?

Se cree que en esta fecha llegan del inframundo los espíritus que no tienen quien los recuerde. Son personas que fallecieron en circunstancias trágicas, solitarias o que, por diversas razones, ya no tienen familiares vivos que les dediquen una ofrenda. También se incluye a quienes fueron marginados en vida: personas sin hogar, víctimas de violencia, migrantes o aquellos que vivieron en el anonimato.

Una tradición que honra desde el silencio

A diferencia de los días más conocidos del Día de Muertos (1 y 2 de noviembre), el 30 de octubre no está marcado por grandes celebraciones. Sin embargo, su valor radica en la profunda carga espiritual que representa. En muchos hogares y comunidades, se colocan altares sencillos con velas, pan, agua y flores, como gesto de acogida para esas almas que, de otro modo, no tendrían dónde volver.

Un acto de memoria colectiva

La tradición invita a reflexionar sobre el olvido, la exclusión y la importancia de recordar a todos, incluso a quienes no conocimos. En escuelas, centros culturales y espacios comunitarios, se organizan actividades que promueven la empatía y el respeto por la memoria de los más vulnerables.

Más allá de México: una mirada universal

Aunque esta conmemoración tiene raíces mexicanas, su mensaje trasciende fronteras. En otras regiones de América Latina, también se realizan actos simbólicos para recordar a los “nadie”, como los llama el poeta Eduardo Galeano. El Día de las Almas Olvidadas se convierte así en una oportunidad para reconectar con lo humano, con lo invisible y con lo que muchas veces preferimos no ver.

Este 30 de octubre, encender una vela por quienes no tienen nombre ni altar es un acto de justicia poética. Porque recordar es resistir al olvido. Y cada alma merece ser recibida, aunque sea por un instante, en el corazón de alguien.