La movilidad sostenible dejó de ser un concepto futurista para transformarse en una necesidad urgente dentro de las principales ciudades de Colombia. Bogotá, Medellín, Cali y Bucaramanga están adoptando políticas para reducir emisiones, mejorar el transporte público y ofrecer alternativas de movilidad activa como bicicletas y patinetas.
Uno de los factores clave en esta transición es la expansión de la infraestructura ciclística. Bogotá, por ejemplo, consolidó la red de ciclorrutas más grande del país y continúa ampliándola. La pandemia aceleró este proceso, pues millas de ciudadanos optaron por la bicicleta como medio de transporte seguro y rápido. Aunque aún existen problemas de seguridad vial y robo, el crecimiento es sostenido.
En paralelo, el transporte público se enfrenta al reto de modernizarse. Sistemas como TransMilenio y el Metro de Medellín han avanzado en la electrificación de su flota. Los autobuses eléctricos reducen el ruido, las emisiones y generan una experiencia más cómoda, aunque su implementación enfrenta obstáculos financieros.
La movilidad sostenible también implica repensar la planificación urbana. Varias ciudades están promoviendo zonas de bajas emisiones, cicloparqueaderos, calles peatonales y programas de integración tarifaria que facilitan la conexión entre diferentes modos de transporte. La idea es construir ciudades más compactas y menos dependientes del vehículo privado.
Los ciudadanos jóvenes están impulsando este cambio. Para ellos, la movilidad no solo es un tema de transporte, sino de calidad de vida y salud ambiental. Ese cambio cultural influye en políticas públicas y en la demanda de alternativas más limpias.
Aunque los avances son significativos, el camino sigue siendo largo. La contaminación del aire, la congestión y el uso masivo de motos siguen generando problemas. Aun así, la transición hacia la movilidad sostenible ya está en marcha, y cada año suma nuevas iniciativas que prometen transformar la experiencia urbana en la próxima década.
