La movilidad en la ciudad de Bogotá continúa enfrentando serias dificultades, no solo por la congestión diaria, sino por los malos hábitos de conducción que se han normalizado entre conductores de vehículos particulares, motociclistas y hasta ciclistas. Estas prácticas irresponsables se han convertido en uno de los principales factores de accidentes de tránsito y de deterioro en la convivencia vial.

Uno de los comportamientos más recurrentes es el exceso de velocidad, especialmente en horas de baja circulación, como la noche y la madrugada. A esto se suma el irrespeto por los semáforos y las señales de tránsito, una conducta frecuente en cruces concurridos donde muchos conductores priorizan llegar más rápido sobre la seguridad colectiva. El uso del teléfono celular mientras se conduce también es una falta común, que distrae al conductor y reduce su capacidad de reacción ante cualquier imprevisto.

Los motociclistas, por su parte, suelen ser protagonistas de maniobras peligrosas como zigzaguear entre los vehículos, circular por andenes o no respetar los carriles exclusivos. En el transporte público y de carga se evidencian prácticas como paradas indebidas y bloqueo de intersecciones, lo que agrava los trancones y aumenta el riesgo de choques.

Estos malos hábitos no solo generan pérdidas humanas y materiales, sino que afectan la calidad de vida de los ciudadanos, incrementando el estrés, los tiempos de desplazamiento y la percepción de inseguridad vial. Las autoridades han reforzado controles y sanciones, pero expertos coinciden en que el problema va más allá de la normativa y requiere un cambio cultural profundo.

La educación vial, el respeto por las normas y la empatía entre actores viales se presentan como elementos clave para transformar la movilidad en Bogotá. Mientras no se asuma la conducción como una responsabilidad social, las vías de la capital seguirán siendo escenario de imprudencias que ponen en riesgo a todos.