Con la pasión por la carretera latiendo en el pecho y el viento como único copiloto, Jonathan Mauricio Arango e Isabella Arango partieron desde Guadalupe, Antioquia, rumbo al sur del país. Su destino: Nariño, un territorio que, hasta entonces, conocían solo por relatos. Lo que encontraron superó toda expectativa.

“Pasto y sus alrededores son una joya escondida”, cuenta Jonathan, aún con la adrenalina del viaje en su voz. Tras días cruzando montañas, curvas infinitas y climas cambiantes, llegaron a la capital nariñense, donde el recibimiento fue cálido y lleno de sonrisas. “Aquí uno se siente en casa”, asegura Isabella.

A bordo de su motocicleta de alto cilindraje, que ha sido su compañera de miles de kilómetros, han recorrido parte del país con espíritu libre y mochilero. Pero fue en Nariño donde vivieron uno de sus momentos más memorables: la visita al Santuario de Las Lajas. “Parece un castillo flotando entre montañas. Fue mágico”, recuerda Isabella emocionada.

Más allá de los paisajes, los moteros destacan la conexión con la gente. “Los pastusos nos han contado sus historias, nos han ofrecido comida, consejos y sonrisas. Viajamos para eso: para conectar, aprender y crecer”, dice Jonathan.

Hoy, con el motor aún tibio y el corazón lleno, confiesan que Nariño ya es parte de su alma viajera. “Volveremos. Porque este viaje no fue solo un destino… fue un descubrimiento”.

Pie de foto Jonathan Mauricio Arango e Isabella Arango viajaron desde su natal Guadalupe, en el norte de Antioquia, hasta el sur profundo de Colombia.