El entretenimiento en español vive un momento curioso: dos formatos completamente distintos, de generaciones opuestas, se han convertido en referentes de cómo consumimos el chisme y la comedia. Por un lado, Ventaneando, el histórico programa de TV Azteca conducido por Pati Chapoy, símbolo del periodismo de espectáculos en México por casi tres décadas. Por el otro, La Cotorrisa, podcast de comedia conducido por José Luis Slobotzky y Ricardo Pérez, que en menos de cinco años se transformó en un monstruo digital con millones de oyentes semanales.

A primera vista parecen mundos que no se tocan: Ventaneando es televisión abierta, estructura rígida, notas de farándula, reporteros con micrófono en mano. La Cotorrisa es irreverencia pura: dos comediantes charlando sin filtro, burlándose de lo que sea, desde anécdotas personales hasta chismes inventados por su audiencia. Pero en el fondo, ambos cumplen la misma función cultural: proveer un espacio donde la gente se asoma al espectáculo, ya sea para enterarse o para reírse de él.

El contexto es importante. Ventaneando nació en 1996, en una época en la que la televisión marcaba la agenda de la farándula. Si no salías en ese programa, era como si tu escándalo nunca hubiera existido. Su influencia era tal que podía elevar o hundir carreras. Los formatos eran serios en tono, aunque llenos de ironía, y se movían dentro de un modelo “profesional” de periodismo de espectáculos.

La Cotorrisa, en cambio, es hija directa de la era del meme y del streaming. Se alimenta del chisme, pero no lo “reporta”: lo ridiculiza, lo exagera, lo convierte en un sketch improvisado. En lugar de perseguir a famosos, su comunidad les manda anécdotas absurdas que ellos convierten en contenido. Donde Ventaneando buscaba ser la fuente oficial, La Cotorrisa se jacta de ser “poco confiable” y ese es precisamente su encanto.

Este contraste no solo refleja estilos de entretenimiento, sino generaciones. Los boomers y gen X crecieron con Pati Chapoy como autoridad del espectáculo. Los millennials y Gen Z encuentran en Slobotzky y Ricardo un espejo de su manera de consumir el chisme: en formato de cotorreo, como si se lo contara un amigo en la peda. Lo oficial contra lo espontáneo. El teleprompter contra el micrófono en el bar.

El choque entre ambos mundos se volvió más evidente cuando clips de La Cotorrisa comenzaron a circular masivamente en redes, alcanzando más interacciones que las notas televisivas tradicionales. Mientras Ventaneando mantiene un promedio de audiencia fiel en televisión abierta, La Cotorrisa puede llenar arenas con sus shows en vivo y dominar Spotify en países enteros. Aquí se ve una transición clara: el espectáculo ya no se centraliza en la televisión, ahora se democratiza en plataformas digitales, y muchas veces los memes tienen más impacto que una nota “seria”.

Curiosamente, no son enemigos naturales. Ventaneando aún carga con el prestigio de la “fuente oficial” de farándula en México, mientras que La Cotorrisa representa la voz del pueblo que se burla de esa solemnidad. Juntos forman un ecosistema: el chisme nace en una alfombra roja, pasa por Ventaneando, y termina convertido en carcajada colectiva cuando llega al micrófono de Slobotzky y Ricardo.

Lo que une a ambos es la materia prima: el hambre de la audiencia por el espectáculo. El ser humano disfruta mirar la vida del otro, ya sea con lupa de periodista o con carcajada de standupero. Y en esa línea, Ventaneando y La Cotorrisa no son polos opuestos, sino dos etapas de la misma tradición: el chisme como espectáculo en sí mismo.

En última instancia, la pregunta no es cuál formato es “mejor”, sino qué nos dice su coexistencia. Que el entretenimiento en español se mueve en dos velocidades: la vieja escuela que documenta y la nueva que improvisa. Y ambos, cada uno en su estilo, están destinados a convivir, porque siempre habrá público para el chisme contado en tono solemne… y para el chisme contado entre risas y cerveza.