“Que los responsables paguen por la muerte de mi muchacho”, fueron las primeras palabras de Carolina Ocampo, madre de Santiago Fuyar, el auxiliar de Policía de 19 años que perdió la vida en un accidente de tránsito en el sector de Bosques de Tamarindo, al norte de Neiva. Su clamor de justicia contrasta con la versión oficial de un hecho que aún despierta más preguntas que respuestas.
Madrugada fatal
Con la voz entrecortada, Carolina recordó que fue su hermana quien la llamó cerca de las dos de la mañana para darle la noticia más devastadora. “Me dijo: sea fuerte porque Santiago murió. Yo no lo podía creer. Me monté en la moto y cuando llegué allá lo vi tirado en el piso, ya muerto. Ahí estaba mi muchachito”, narró entre lágrimas.
La escena, según la madre, quedó marcada en su memoria como una herida imposible de cerrar: su hijo, abandonado sobre el asfalto, sin que nadie intentara socorrerlo.
Acusaciones directas
Lo que para algunos se presenta como un accidente, para Carolina fue una persecución mortal. La madre asegura que testigos y una amiga sobreviviente le contaron que los jóvenes fueron seguidos por al menos siete motorizadas de agentes de tránsito.
“Me dijeron que a la moto le metieron algo en la llanta trasera y lo tumbaron. Y lo que más me duele es que, estando tirado, le pegaron patadas para ver si estaba muerto. Después lo dejaron ahí sin ayudarlo”, denunció con indignación.
Sus palabras ponen en la mira el accionar de las autoridades, abriendo un debate espinoso sobre los límites del control policial y la responsabilidad institucional en la muerte del auxiliar.
Sueños apagados
Santiago llevaba un año prestando servicio en la Policía Metropolitana de Neiva y soñaba con convertirse en patrullero. “Él me decía: mamá, termino los 18 meses y hago las vueltas para patrullero”, contó Carolina, quien ahora solo tiene el recuerdo de un hijo con aspiraciones truncadas.
La madre insiste en que su caso no debe quedar en el olvido ni en un archivo. “Yo sé que no me lo van a devolver, pero quiero que se haga justicia. No quiero que a otra familia le pase lo mismo”, afirmó.
El testimonio de Carolina no solo expone el dolor de una madre, sino que eleva un grito incómodo: la exigencia de verdad, justicia y reparación frente a un hecho que podría transformarse en un nuevo capítulo de impunidad en Neiva.

