En el fútbol colombiano, donde las historias se escriben con sudor, lágrimas y goles, pocas carreras han sido tan intensas y llenas de matices como la de Dayro Moreno. Hoy, a los 39 años, Dayro no solo celebra ser el máximo goleador colombiano de todos los tiempos, sino que también se erige como un símbolo de lucha, redención y resistencia.

Con 353 goles en su cuenta, superando incluso a Radamel Falcao García, su legado goleador está asegurado. Pero lo que hace verdaderamente grande esta hazaña no son solo las cifras: es el camino que recorrió para alcanzarlas.

Dayro no ha tenido una carrera limpia de errores. Ha vivido altibajos marcados por la polémica, por momentos difíciles fuera de la cancha, por batallas internas que a muchos les habrían costado la carrera. Su relación con el trago, las fiestas y la indisciplina lo convirtió durante años en blanco fácil de críticas, burlas y juicios despiadados. Y, sin embargo, ahí sigue. De pastel. Goleando.

Porque Dayro Moreno es el reflejo de esos deportistas que no son perfectos, pero que no se rinde. Que se caen y se levantan. Que lucharon a diario no solo contra las defensas rivales, sino contra sus propios demonios. Contra el pasado que pesa y el presente que exige. Y en esa lucha, el único que realmente creyó en él fue el Once Caldas, el club de sus amores, que le abrió nuevamente la puerta cuando otros ya lo habían descartado.

El Once apostó por la persona, no solo por el futbolista. Apostó por el proceso, no por el escándalo. Y hoy recoge el fruto: tiene en su plantilla no solo al goleador histórico del país, sino al rey legítimo del fútbol colombiano. Uno que se ha ganado ese título no por ser perfecto, sino por ser humano, persistente y apasionado.

NOTA 2

construyó su trono, paso a paso

Los goles de Dayro son más que estadísticas: son gritos de rebeldía ante quienes dijeron que ya no servía. Son respuestas silenciosas a quienes lo juzgaron sin entender sus luchas. Son, en definitiva, el eco de una historia que nos recuerda que los más críticos también pueden ser los más grandes.

Dayro no juega por vanagloria, ni por callar bocas. Juega porque ama el fútbol, ​​porque en la cancha encuentra su verdad. Y mientras muchos lo daban por acabado, él siguió corriendo, marcando, creyendo. Hoy es rey. No porque todos lo quieran. Sino porque él mismo se construyó su trono, paso a paso, gol a gol.